No es que ser ángel colmase
sus expectativas espirituales. En realidad ni se había planteado semejante
posibilidad. Fue un pensamiento pasajero desechado al momento por inoportuno.
Agitó la cabeza con violencia imprimiendo a sus hermosos cabellos rubios un
movimiento giratorio de voluptuosidad ingrávida y lo dio al olvido. Pero la
idea obsesiva de su eventual transformación en un ser incorpóreo siguió acompañándole
en días sucesivos con tan machacona
insistencia que empezó a hacérsele insoportable.
Aquella madrugada volvía de
fiesta con unos amigos cuando la fría cuchillada de la noche se le clavó en el
cuarto espacio intercostal izquierdo y se detuvo son un gesto de dolor. Al
momento no le dio importancia, pero el dolor se le reprodujo en los días siguientes
y acudió al médico con miedo.
La habitación donde le metieron
olía a asepsia y a sustancias narcotizantes. Le habían vestido con una bata
azul pálido a la que le faltaban los botones, lo que dejaba su pudor muy mal
parado. Continuamente tiraba de este extremo o de aquel, pero si tapaba el
pecho dejaba al descubierto la nalga y no le era posible centrarse en cual era
la parte más comprometida de su anatomía a la hora de cubrirla según la
decencia aconseja.
Puti de la catedral de Burgos. |
La doctora, ajena a todo
este desarrollo metabólico, procedió a un exhaustivo examen en el que no
faltaron presiones de una mano gélida, alguna punción, y carraspeos escondiendo
connotaciones dudosas. Cuando terminó el reconocimiento se sujetó las gafas,
que amenazaban resbalársele narices abajo en una pirueta suicida sin
precedentes, a la vez que sentenciaba:
- Podría ser una cifosis
deformante con curvatura anormal posterior en el plano sagital debida a procesos patológicos
desconocidos.
Abelardo babeó ligeramente,
sin entender palabra, y se le humedecieron los ojos. El hombre era un amasijo
de ternura que, conmovido por la revelación, apoyó la cabeza sobre el hombro de
la doctora, llorando amargamente, totalmente desmadejado.
- Estoy desahuciado,
¿verdad?-, preguntó entre hipidos.
- Si acaso condenado a
lucir una giba de dromedario, pero nada grave que no pueda solucionarse con
cirugía.
La vida volvió al cuerpo de
Abelardo cuando oyó estas palabras de esperanza. Miró con dulzura a la mujer y
le estampó dos sonoros besos, uno en cada mejilla. Estaba exultante, tenía
ganas de saltar, de gritar, de proclamar al mundo su felicidad. ¡Había pasado
tanto miedo pensando en una carencia cardiaca! Y resultaba ser una mera
corcova…
Se fue a casa a esperar
acontecimientos. El tiempo diría si era necesario entrar en el quirófano o la
enfermedad se enquistaba en sí misma quedando todo en un susto.
Pero volvieron las
obsesiones angelicales, ahora acompañadas de pesadillas en las que se veía
volando por el empíreo en compañía de angelotes de sonrosada tez y brazuelos
regordetes que entonaban aburridísimas canciones de alabanza al Creador.
Pensó, entonces, si no se
le estarían trastornando las entendederas y acabaría deambulando por las calles
haciendo tonterías y diciendo memeces que harían reír a todos entre mofas y
escarnios. Porque aquella era locura y no pequeña de la que debía desprenderse
cuanto antes. Y así andaba, un día, con la preocupación de terminar cheposo y
otro con la de volverse orate, sin acertar a quedarse con ninguna, pues las dos
le parecían terribles.
No conocernos nos desinhibe
y libera de prejuicios. Esto pensó Abelardo y trató de emplearse en mil
ociosidades haciendo lo posible por olvidarse de sí mismo, convertirse en un
desconocido, llevándolo a extremos tan ridículos como mirarse en el espejo y negarse
una y cien veces, teniendo la imagen reflejada por la de un perfecto extraño.
No recibía visitas por considerar, a cuantos se le acercaban a saludarle, personas
nunca vistas y negaba ser Abelardo o haberlo sido alguna vez si acaso habían
existido Abelardos en el mundo.
Resultó todo vano, porque a
los sueños de los rubicundos angelotes sucedieron enseguida cambios anatómicos
que le hicieron volver a la realidad. Duchándose uno de los días se reconoció a
la altura de los omoplatos unas nacencias que, a poco, rompieron la piel y,
conforme crecían, se cubrían de plumón suave y menudo con lo que ya no le quedó
duda de estar convirtiéndose en ángel.
La doctora de las gafas
suicidas le invitó a resignarse con su destino por no ser posible operar lo que
no era enfermedad ni anomalía anatómica, pues, le dijo, es propio de un ángel
tener alas en las espaldas bien sujetas a los omoplatos y operar sería ir
contra la naturaleza de las cosas. Por ello debía avenirse a lo que el destino
le deparaba y ser ángel con todas las consecuencias como otros son perros,
vacas o aves sin oírseles queja alguna por ello. Si, después de todo, aún
quería querellarse debería hacerlo a instancias celestiales donde correspondía
el caso según se estaba viendo por las plumas y todo lo demás.
Detalle de retablo sobre tabla de la iglesia de San Nicolás. Burgos |
Tomó por eso costumbre de vigilar
con tiento los testigos de su naturaleza, y los saludaba con alborozo cada
mañana al hallarlos donde les correspondía. Luego realizaba una inspección más
minuciosa en que, ora se mostraba contento de su pujante virilidad, ora le
invadía la congoja tanteando lacios despojos, según el estado de ánimo que
mostraban tan caprichosos compañones.
Otra preocupación, no menos
grave, fue la de la incorporeidad. Se miraba en el espejo tratando de adivinar grietas,
honduras o escapes de materia en la masa sólida de su cuerpo, porque si había
de ser ángel pronto o tarde se desprendería de la grosera corteza animal para
adquirir el estado difuso común a todo espíritu.
A esto dedicó mucho tiempo
en vano, pues no veía ningún cambio en las carnes ni en la grosura por lo que
pensó si no sería que al mudar de consuno la totalidad de su cuerpo todo pasaba
de material a inmaterial, de corpóreo a incorpóreo, tanto más que, tonándosele quintaesencia
también la mirada, no podía apreciar en sí mismo ninguna transformación.
Tanteaba a veces una puerta
o un tabique por ver si lo podía atravesar, pero se le resistían sin remedio.
- ¿Y si fuera falta de intento?-,
pensó.
Así, un día, tras darle
muchas vueltas al caletre, dijo llegado el momento de probar y se arrojó en
tromba contra una de las paredes de la casa, quedando empotrado contra ella,
esbozada su anatomía en el yeso.
Después de aquello pasó
varios días en cama con el cuerpo como colegio de cardenales, un brazo en
cabestrillo y varios dientes de menos. Sus comienzos angelicales no habían
podido ser menos afortunados.
Obligado a permanecer
inactivo hasta la recuperación siguió dándole vueltas al asunto hasta venir a
caer en otra idea no menos descabellada que decidió llevar a cabo desde aquel
mismo instante: sublimarse en una catarsis absoluta.
Se embebió en profundas
meditaciones de sublime intrascendencia. Buscó el karma en los entresijos
acusadores de su conciencia y decidió no perturbar en adelante su espíritu con
groseros alimentos con lo que vino a negarse a tomar cualquier comida por no
ser ello propio de un aspirante a ángel. Y como viniese a debilitarse y
enflaquecer hasta extremos que parecía, ciertamente, más espíritu que materia, fue
obligado a comer, pero tan pronto como quedaba solo, se provocaba arcadas con
los dedos índice y corazón para arrojar el contenido de su estomago en medio de
convulsiones grotescas. Quedaba entonces pálido como la cera, con la mirada
perdida, lo que le daba el aspecto catártico que tanto convenía a su angelical
estado.
Estuvo al borde la muerte y
ello le avivó el seso y le hizo recapacitar aviniéndose, por último, a compaginar
ambas esencias, humana y etérea, y se dejó alimentar y comió y engordó retomando
en poco tiempo el aspecto saludable que siempre se le había conocido.
Aunque ser ángel le obligó
a arrastrar una vida mediocre, escondida, perseguido siempre por la curiosidad
y la burla. A más de las muchas horas que todos los días había de dedicar a
mantener tersa la albura de las plumas con aceites y ungüentos que se procuraba.
¡Y para lo que le servían!
Jamás consiguió remontar el vuelo con ellas.
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2 comentarios:
Pobre Abelardo y sus alas inútiles... :)
muy elegante metamorfosis, incompleta diría yo pero sublime como un coro de arcángeles jeje. Me ha gustado mucho este ángel terrenal.
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