sábado, 12 de octubre de 2013

Roberto



Roberto es sentimental por naturaleza. O lo era. Quizá lo sea todavía, aunque después de lo ocurrido hoy no lo tiene muy claro.
Comenzó todo esta mañana cuando salió de casa. A la vuelta de una esquina se encontró con el crío. Gimoteaba, sentado en suelo, preso de espasmos.
- ¿Qué te ocurre, pequeño? ¿Te has perdido?
El niño clavó en él los ojos, enrojecidos por el llanto. Tenía las mejillas húmedas, cubiertas por churretes de un moco amarillento que se había restregado con la mano. Las pupilas, abiertas al miedo, reflejaban la angustia que debía sentir ante su desvalimiento. Hipó un par de veces y alargó su manecita. Roberto le asió de ella y se dirigió a la comisaría más cercana.
El guardia era un hombre acostumbrado a mandar y ser obedecido. Le recibió tras una mesa de madera a rebosar de papeles y hostilidad. Sin responder a su saludo le miró fijamente desnudándole el alma para descubrir al delincuente que podía albergar en su interior. Estaba acostumbrado a detener malhechores y los olía a distancia.
Roberto carraspeó inquieto.
- Traigo este niño-, acertó a decir.
- ¿No lo quiere?
- Sí, lo quiero, pero…
- Sin peros. Si lo quiere, quédeselo.
- … pero, no es mío.
- ¿Y si no es suyo por qué lo tiene?
- Me lo he encontrado.
- Eso dicen todos, pero habría que verlo.
- ¿Qué se ha de ver? Me lo he encontrado y vengo a dejarlo aquí.
- ¡Ah, si todo fuera así de sencillo! No, caballero, el niño lo ha traído usted. En tanto no se aclare la situación el niño es suyo y su abandono podría acarrearle graves consecuencias.
- Me explicaré, agente…
- Está claro. Sobran explicaciones superfluas. Usted tiene un niño, no lo quiere, lo trae para que nosotros nos hagamos cargo de él. Está clarísimo. Abandono de patria potestad. Veamos…
Y se aplicó a consultar un grueso manual de reglamento.
El pequeño seguía aferrado a la mano de Roberto. Miraba hacia arriba como una imagen suplicante de María dolorosa.
- Aquí lo dice-, el policía señaló con el índice un párrafo en la página abierta-. Artículo 154 y siguientes del Código Civil: relaciones paterno-filiales. Caballero, se ha metido en un buen lío.
- Pero…
- Los peros los dará usted al juez. Acompáñeme, señor. Y no suelte al niño de la mano o habrá de vérselas conmigo.
Los introdujeron a ambos en un vehículo policial. La sirena aullaba enloquecida mientras atravesaba la ciudad lo que hizo las delicias del crío a quien pareció escapársele el miedo del cuerpo y hundirse en un extraño trance de regocijo.
Les hicieron esperar en un cuartucho de dos por tres, sin ventanas, iluminado por un fluorescente en continuo parpadeo que dañaba los ojos. Al cabo de un rato apreció una matrona de formas rotundas en busca del pequeño. Luego empezó la larga espera. Roberto no supo el tiempo transcurrido. Pudieron ser minutos, horas, quizá días. Aquellas cuatro paredes le miraban ominosas, burlándose de su soledad.
Por fin fueron a buscarle para comparecer ante el juez.
Los jueces suelen ser hombres de catadura cetrina, rostro anguloso y mirada fría. Todo muy estudiado para amedrentar al acusado en las vistas preliminares, desarmarlo y conseguir una declaración de culpabilidad que evite procesos judiciales engorrosos. Pero Roberto se encontró ante un hombrecillo menudo, redondeado de vientre como una pipa de amontillado, ojos alegres, ademanes paternales y sonrisa a medio camino del perdón que, aupado en un estrado, ojeaba el legajo de su expediente por encima de unas gafas de montura de nácar.
- Caso curioso-, decía cada vez que pasaba una de las hojas-. Curioso, extremadamente curioso...
Cuando terminó la lectura se ajustó los lentes sobre el puente de la nariz y preguntó:
- ¿Roberto Barquillo?
- Sí.
- Si, señoría-, corrigió el hombrecillo.
- Perdón. Sí, señoría.
El juez pareció sentirse inclinado a la benevolencia y sonrió.
- ¿Ha sido condenado alguna vez por rapto o secuestro?
- Nunca, señoría.
- ¿Robo con escalo?
- No, señoría.
- ¿Muerte dolosa?
- No, señoría.
- ¿Malversación? ¿Inmoralidad? ¿Perversión? ¿Dejación? ¿Estulticia? ¿Abulia? ¿Dengue? ¿Mal de bubas? ¿Ablación escrotal? ¡Responda! ¡Vamos, responda!
- ¡No, no, no, no, no! ¡Nunca, señoría!
- Ha dudado.
- No he dudado, señoría. Eran demasiadas preguntas.
- Preguntas sencillas, concretas, fáciles de contestar.
- Me han llegado en montón.
- ¿Diría que le he acosado?
- No osaría tal, señor juez.
- Pero sí osa desprenderse de un niño.
- Una criatura encantadora, señor juez.
- Criatura a la que quiere abandonar.
- No, ¡así me condene si lo hiciera!, jamás abandonaría a un ser indefenso. Pero, no es hijo mío.
- ¿Espurio?
- Lo he encontrado en la calle.
- ¿Recoge a cuantos niños se encuentra en la calle?
- No, señoría.
- ¿Y de quien es hijo?
- Debería preguntárselo a él, señoría.
- Se lo pregunto a usted. Usted lo ha traído.
- Necesita un padre. Necesita a sus padres.
- De quienes usted lo ha apartado.
- Lo he recogido.
- Con perversa intención.
- No tal.
- Eso se verá.
Un mazazo encima de la mesa dio fin al interrogatorio.
Ahora los han vuelto a encerrar a los dos en la habitación del fluorescente parpadeante. Al niño le han arreglado, lavado la cara y adecentado las ropas. Le han dado un pedazo de pan con chocolate que come, sin prisas, mientras mira a Roberto sonriente, con agradecimiento. Entonces se da cuenta el hombre de que lleva sin comer desde por la mañana y debe de ser ya muy tarde. El aguijonazo del hambre en el estómago se lo recuerda.
Mira al pequeño con envidia de pan y chocolate mariposeándole las tripas.
- Caso curioso-, murmura, por lo bajo, remedando el gesto concentrado del juez-. Curioso, extremadamente curioso…