- Un vientre
generoso se agradece.
- Pero no es
bello.
- Es
atractivo.
- Es grosero.
- Tiene un
punto de disfunción anatómica, lo reconozco.
- Los
vientres planos cimbrean los ahogos del deseo.
- Eso no es
deseo. Es concupiscencia.
- Quizá sean
concupiscentes, pero cimbreantes.
- Lo uno
lleva a lo otro.
- Mejor lo otro
a lo uno. Primero se cimbrea el cuerpo, luego llega el deseo.
Estas
divagaciones son vedijas amorfas, inconsistentes, del dialogo que mantengo con
el otro. El otro es el individuo que aparece en el fondo del espejo, hiperónimo
de mi existencia. Me persigue, acosa, abruma, acogota contra la intemperancia
de mis propias limitaciones. Procuro ser vacuo e intranscendente en mi trato
con él. Cuando dialogo me atribuyo insensateces dándole a entender una idiotez
congénita inexistente. Me arrogo la pertenencia a ese mundo de los tontos
infinitos, ese mundo que, cada día, crece en proporción geométrica.
Por eso nadie
debe imaginarse mi verborrea como irracional. Estoy de este lado del espejo,
del lado del racionalismo. Ello no me convierte en poseedor de la verdad,
naturalmente, pero me permite actuar como factótum de mi albedrío. Tampoco
quiero parecer racionalista puro, entiéndaseme. Mi maleabilidad me permite adaptarme
a formas larvarias latentes de donde emerjo cuando las condiciones se presumen
óptimas. Puedo asegurar que creo en los dioses, unos dioses voluptuosos,
aferrados a la vulgaridad más espantosa, que se revuelcan en el estercolero del
vicio, pero solamente creo hasta donde permite la ética racional.
- Observa a
esa diosa de curvilíneo vientre, redondeadas caderas, muslos prietos, pechos cadenciosos.
- Es una
cerda, fango de voluptuosidades.
- Quizá sean
cerdos todos los dioses. Quizá no existan los dioses, solamente sus ideas
cerdosas.
- Y nosotros,
sus excrementos.
- Los dioses
griegos tenían debilidades. Eran dioses cercanos al hombre.
- De esa
promiscuidad nacían héroes.
- Sin
promiscuidad no hay héroes. Sin héroes todo es vulgar. Debemos volver a los tiempos
homéricos.
- De la
incestuosa Hera nacieron dioses.
- Engendrados
por el del tonante rayo.
- Hijos de Zeus,
vulgar botarate, esclavo de sus pasiones. Mejor haría en escardar cebollinos
antes de andarse persiguiendo ninfas.
- Hoy los
dioses se abanican contumaces.
- Bambolean
el capazo de sus preceptos como una espada de Damocles.
- Y sus
sacerdotes descargan la vejiga con unción ritual.
- La sibila
desparrama facundia abstracta.
- Habla a
quien a quien sabe escucharle.
- Profetiza
falacias.
- Es la
verdad en estado puro.
- Sólo el
racionalismo es perfecto. Rehuyo los mitos perturbadores de los endiosamientos.
Aquí vuelvo
en mí. Soy yo de nuevo. Una vez más he podido liberarme.
La imagen del
espejo fluctúa desde una irisación acuosa hasta los grises del apocalipsis. Pienso
si no debería desprenderme de su influencia, romper la perniciosa relación que
nos une, pero no acabo de decidirme. Una especie de morbosa atracción me ata a
él con fieras ligaduras. Nuestros universos se acarician sin llegar a rozarse,
intuyéndose apenas. Vivimos ambos en un sistema convencional. Salirse de él nos
convertiría, quizá, en desechos orgánicos, estercolero de ideas
desaprovechadas.
- Queda
quedo.
- Juegas con
la fonética en aras de la morfología.
- Es el rompecabezas
extremo.
- Los
silencios distorsionan el apercibimiento bloqueándolo a nuevos entendimientos.
- Es, sí,
como la lluvia persistente. Su tenacidad sobre la umbela del tejado produce los
efectos de un bebedizo.
- Bebedizo de
dioses.
- Bebedizo
que trastorna el entendimiento.
- Canto de
sirenas.
- El efecto
multiplicador estimula la libido.
- Saca al
animal de su jaula. Lo arroja en manos de la concupiscente Afrodita.
- ¡Concepto
sublime!
- ¡Bestialidad!
- Afrodita
cubre a los amantes con su paño de pudor.
- Pudor
testimonial, terquedad memorable.
- Somos
rebeldes freudianos abocados a romper las barreras de la decencia.
- Las
frustraciones esconden bajo una careta de normalidad la más insoportable de las
contumacias.
- Sus formas,
su sonrisa, la calidez del tacto incitan a la fatalidad.
- ¿Habremos
de buscar en las estrellas la razón de ser?
Esta noche he
llegado al límite de la paciencia. Debo destruirle. ¡Es tan fácil! Basta
levantar el puño y dejarlo caer sobre la lisa superficie. Sonrío malévolo ante
las connotaciones siniestras de mi decisión. Mataré la agonía en que me tiene
sumido tanta insensatez y seré libre. Al menos, eso creo, desdichado de mí.
- Las ideas
me emborrachan el entendimiento.
- Convencionalismos
sociales. La verecundia de la libido pone fieros candados al pudor. Los
aherroja como a bestia irrecuperable.
- ¡Hay tanta
ignorancia!
- Si pelamos
la estulticia, bajo la monda quizá hallemos conocimiento.
- Prefiero
apacentar mis dedos en suave conversación con las curvas sugerentes de unos
muslos desnudos.
- ¡Basta!
¡Basta ya!
Astillo, de
un golpe, el insano vidrio. La rotura semeja un cráter de donde parten hilos
radiales rasgando la superficie.
Ahora es una
figura fractal. Cuento hasta ochenta y siete nuevos elementos, ochenta y siete
nuevos espejos donde se reflejan ochenta y siete nuevos otros, amenazándome con
su conversación intrascendente, con la falacia de sus argumentos, con el agobio
de su estúpido discurrir.