viernes, 21 de junio de 2013

Los espejos distorsionan la realidad



- Un vientre generoso se agradece.
- Pero no es bello.
- Es atractivo.
- Es grosero.
- Tiene un punto de disfunción anatómica, lo reconozco.
- Los vientres planos cimbrean los ahogos del deseo.
- Eso no es deseo. Es concupiscencia.
- Quizá sean concupiscentes, pero cimbreantes.
- Lo uno lleva a lo otro.
- Mejor lo otro a lo uno. Primero se cimbrea el cuerpo, luego llega el deseo.
Estas divagaciones son vedijas amorfas, inconsistentes, del dialogo que mantengo con el otro. El otro es el individuo que aparece en el fondo del espejo, hiperónimo de mi existencia. Me persigue, acosa, abruma, acogota contra la intemperancia de mis propias limitaciones. Procuro ser vacuo e intranscendente en mi trato con él. Cuando dialogo me atribuyo insensateces dándole a entender una idiotez congénita inexistente. Me arrogo la pertenencia a ese mundo de los tontos infinitos, ese mundo que, cada día, crece en proporción geométrica.
Por eso nadie debe imaginarse mi verborrea como irracional. Estoy de este lado del espejo, del lado del racionalismo. Ello no me convierte en poseedor de la verdad, naturalmente, pero me permite actuar como factótum de mi albedrío. Tampoco quiero parecer racionalista puro, entiéndaseme. Mi maleabilidad me permite adaptarme a formas larvarias latentes de donde emerjo cuando las condiciones se presumen óptimas. Puedo asegurar que creo en los dioses, unos dioses voluptuosos, aferrados a la vulgaridad más espantosa, que se revuelcan en el estercolero del vicio, pero solamente creo hasta donde permite la ética racional.
- Observa a esa diosa de curvilíneo vientre, redondeadas caderas, muslos prietos, pechos cadenciosos.
- Es una cerda, fango de voluptuosidades.
- Quizá sean cerdos todos los dioses. Quizá no existan los dioses, solamente sus ideas cerdosas.
- Y nosotros, sus excrementos.
- Los dioses griegos tenían debilidades. Eran dioses cercanos al hombre.
- De esa promiscuidad nacían héroes.
- Sin promiscuidad no hay héroes. Sin héroes todo es vulgar. Debemos volver a los tiempos homéricos.
- De la incestuosa Hera nacieron dioses.
- Engendrados por el del tonante rayo.
- Hijos de Zeus, vulgar botarate, esclavo de sus pasiones. Mejor haría en escardar cebollinos antes de andarse persiguiendo ninfas.
- Hoy los dioses se abanican contumaces.
- Bambolean el capazo de sus preceptos como una espada de Damocles.
- Y sus sacerdotes descargan la vejiga con unción ritual.
- La sibila desparrama facundia abstracta.
- Habla a quien a quien sabe escucharle.
- Profetiza falacias.
- Es la verdad en estado puro.
- Sólo el racionalismo es perfecto. Rehuyo los mitos perturbadores de los endiosamientos.
Aquí vuelvo en mí. Soy yo de nuevo. Una vez más he podido liberarme.
La imagen del espejo fluctúa desde una irisación acuosa hasta los grises del apocalipsis. Pienso si no debería desprenderme de su influencia, romper la perniciosa relación que nos une, pero no acabo de decidirme. Una especie de morbosa atracción me ata a él con fieras ligaduras. Nuestros universos se acarician sin llegar a rozarse, intuyéndose apenas. Vivimos ambos en un sistema convencional. Salirse de él nos convertiría, quizá, en desechos orgánicos, estercolero de ideas desaprovechadas.
- Queda quedo.
- Juegas con la fonética en aras de la morfología.
- Es el rompecabezas extremo.
- Los silencios distorsionan el apercibimiento bloqueándolo a nuevos entendimientos.
- Es, sí, como la lluvia persistente. Su tenacidad sobre la umbela del tejado produce los efectos de un bebedizo.
- Bebedizo de dioses.
- Bebedizo que trastorna el entendimiento.
- Canto de sirenas.
- El efecto multiplicador estimula la libido.
- Saca al animal de su jaula. Lo arroja en manos de la concupiscente Afrodita.
- ¡Concepto sublime!
- ¡Bestialidad!
- Afrodita cubre a los amantes con su paño de pudor.
- Pudor testimonial, terquedad memorable.
- Somos rebeldes freudianos abocados a romper las barreras de la decencia.
- Las frustraciones esconden bajo una careta de normalidad la más insoportable de las contumacias.
- Sus formas, su sonrisa, la calidez del tacto incitan a la fatalidad.
- ¿Habremos de buscar en las estrellas la razón de ser?
Esta noche he llegado al límite de la paciencia. Debo destruirle. ¡Es tan fácil! Basta levantar el puño y dejarlo caer sobre la lisa superficie. Sonrío malévolo ante las connotaciones siniestras de mi decisión. Mataré la agonía en que me tiene sumido tanta insensatez y seré libre. Al menos, eso creo, desdichado de mí.
- Las ideas me emborrachan el entendimiento.
- Convencionalismos sociales. La verecundia de la libido pone fieros candados al pudor. Los aherroja como a bestia irrecuperable.
- ¡Hay tanta ignorancia!
- Si pelamos la estulticia, bajo la monda quizá hallemos conocimiento.
- Prefiero apacentar mis dedos en suave conversación con las curvas sugerentes de unos muslos desnudos.
- ¡Basta! ¡Basta ya!
Astillo, de un golpe, el insano vidrio. La rotura semeja un cráter de donde parten hilos radiales rasgando la superficie.
Ahora es una figura fractal. Cuento hasta ochenta y siete nuevos elementos, ochenta y siete nuevos espejos donde se reflejan ochenta y siete nuevos otros, amenazándome con su conversación intrascendente, con la falacia de sus argumentos, con el agobio de su estúpido discurrir.