El
contrincante es joven y tiene el vigor de los cortos años, pero el brazo de Ruy
Díaz está bregado en cien batallas y lo humilla.
A punto de
descargar el golpe decisivo queda al descubierto el rostro del sarraceno. Más
que joven, es un niño. Moreno, ojos despiertos, sin barba aún que mesarse.
El Campeador
amaga recuerdos: Diego, Consuegra…
Mira en torno
suyo, toma un caballo de crines ensangrentadas y ayuda a montar al muchacho. Lo
aguija, luego, con el hierro y espera hasta verlos perderse en la lejanía.
No ha tiempo
para más. Una cimitarra enemiga le reclama.
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