Durante la primera quincena
de septiembre me desmelené por unos días. Antes de que la pandilla de ineptos
que nos gobiernan terminen de arruinarme-, pensé-, me gasto los cuatro euros
que me quedan en disfrutar de la vida. Y me enganché en un crucero por el Rhin.
Empezaré por decir que en
Alemania se habla un idioma ininteligible. Es la primera impresión que se
percibe al poner los pies en tierra y, aunque podría parecer una observación baladí,
merece un punto de reflexión pues podría ser esta la razón de la falta de
entendimiento entre la canciller alemana y el resto de dirigentes comunitarios.
¡Por favor, no entrar! |
También es notorio que en
Alemania no se pide, ruega o solicita. En Alemania se ordena y exige. Al menos
eso se desprende del diálogo duro y enérgico que se oye por las calles y viene
a confirmarlo el hecho de que la mayoría de letreros informativos estén
plagados de signos de admiración.
Pero esta realidad no es,
en modo alguno, peyorativa. La idiosincrasia alemana ha convertido el país en
una potente máquina capaz de sacarla de cualquier atolladero. Destruida desde
sus cimientos tras la segunda guerra mundial, supo renacer como Ave Fénix y
tras la disolución de la Unión Soviética absorbió la pesada carga de una
Alemania oriental descapitalizada y mísera.
Hacer un estudio
comparativo entre Alemania y España sería un trabajo arduo que escapa a mis
posibilidades por lo prolijo. Me limitaré, pues, ha destacar cuatro datos.
El padre Rhin, totalmente
encauzado, es vía de comunicación por la que circulan diariamente miles de
toneladas de mercancías y cientos y cientos de pasajeros. Paralelos a su curso,
las autopistas y el ferrocarril compiten en actividad con el río. En un rato de
observación contabilicé el paso de nueve trenes en una y otra dirección, tres
de pasajeros y seis de mercancías, en el corto periodo de quince minutos.
Explotación máxima de una infraestructura pensada para sacarle rendimiento. Mientras,
nuestras vías son caminos de hierro yermos en los que gobiernos de uno y otro
signo han enterrado miles de millones sin provecho. Podría decirse lo mismo de
los aeropuertos. Media docena de grandes aeropuertos tejen la telaraña aérea
del país.
En Alemania existe
corrupción, claro que sí. Pero al dirigente corrupto se le extirpa sin
contemplaciones con lo que se gana en eficacia y productividad. En España se
monta un circo en torno al corrupto y se le premia con un programa de
televisión. Si además es inepto, torpe y vago hasta se le puede ofrecer la
prebenda de un cargo político.
Mientras la ceguera de
nuestros gobernantes nos sume en la miseria con recortes, reducciones y subidas
de impuestos, los alemanes invierten en educación e investigación el 9% del PIB,
priman la iniciativa privada y desgravan la creación de empleo. A modo de
ejemplo del resultado de una y otra táctica, en la zona oriental, la más
deprimida de la actual Alemania, el paro es de un 12%, ¡la mitad del español!
Los alemanes han hecho
causa común con su pasado y lo han arrumbado al olvido, más preocupados por un
porvenir boyante en el que trabajan y se esfuerzan a diario. Así, nadie habla
de la pasada guerra y de las atrocidades que se cometieron. Pasar un velo y
dejar a la historia el juicio es un compromiso tácito del pueblo alemán. Quizá
deberíamos aprender y dejar de lanzarnos imprecaciones, insultos y amenazas,
recordándonos unos a otros el pasado fascista o la militancia roja de padres y
abuelos. Poco futuro se nos puede augurar a los españoles si somos incapaces de
olvidar después de ochenta años.
En otro orden de cosas es
curioso observar que el metro y los aparcamientos públicos carecen de tornos y
barreras de control. El individuo es consciente de la obligación que tiene de
pagar el billete o la entrada: ¡igualito, igualito que en el Metro de Madrid!,
(por poner un ejemplo). Claro que esto es mera educación. Lo mismo que cruzar
un semáforo en rojo: el peatón que lo intente, si es pillado en la falta, se
enfrenta a una multa de 30 euros. O tirar una colilla al suelo, penado con 90
euros.
Ultima comparación: en la
zona de embarque del aeropuerto de Frankfurt aparte de las tiendas, secuelas
inevitables de todos los aeropuertos, hay máquinas de bebidas calientes (cafés,
leche, infusiones) totalmente gratis a disposición de los viajeros. Tal cual
a uno que yo me sé donde por un café con leche te clavan 2,30 euros.
Y no he empezado a hablar
del crucero. ¡Dios santo, en qué estaría pensando!
Bueno, como no quiero
hacerme pesado dejó aquí mi relato y prometo volver dentro de unos días con la
aventura propiamente dicha del crucero.
2 comentarios:
¡Que ganas tengo de leer la crónica del crucero! Alemania tiene pinta de ser un país no solo bonito, si no mucho mejor que en el que estamos viviendo, una pena que también lo gobierne quien lo gobierne...
-Tu Nieto, el que sabe escribir.
y pensar que estuvimos gobernados por unos cercanitos a ellos...veanse Habsburgos o Austrias...en fin si hubieran seguido a lo mejor ahora estabamos comiendo salchichas en lugar de jamón serrano. A mi también me gusta mucho Alemania y la seriedad que tienen y los cafes gratuitos de los aeropuertos y la educación...que por cierto algunos pierden en cuanto llegan a España ¿será el clima? Estoy deseando seguir leyendo así que...
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