Todo
empezó con un empacho de resilencia brumosa.
Ansioso,
la deglutió sin conocimiento. Abotagado el estómago, se le demudó
el semblante y la mirada se le perdió por espacios obscenos.
Temiendo
por su vida la familia dio aviso a los servicios de urgencia. El
docto consejo de galenos determinó aplicarle dos enemas: uno por el
esófago y otro por salva sea la parte, en espera de que alguno
surtiese efecto.
Resultado
de esta maniobra fue la evacuación turbulenta del aparato digestivo
con abundancia de truenos y granizo.
Uno,
dos, hasta tres baldes llenaron de una sustancia indescriptible.
Después
una septicemia, no prevista por el equipo médico, se lo llevó a
mejor vida, llamada así no sabe por qué porque nadie ha regresado
con pruebas.
Como
resultado colateral de estos vaivenes se desestabilizó la vírgula
de la letra eñe, yendo a estrellarse contra una losa de granito en
la entrada a la catedral.
Caño,
leña, peñazo y otros tantos vocablos quedaron huérfanos de
pronunciación y fueron al cielo del léxico con las demás palabras
olvidadas u obsoletas que esperan su reencarnación.
Terribles
consecuencias de un acto inconsciente.
Moraleja;
si encuentras una resilencia brumosa, déjala seguir.
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