A través de estas páginas iré presentando algunos trabajos: relatos, sonetos, ensayos... Unos valdrán la pena, otros será mejor olvidarlos, pero todos estarán presentados con la mejor de las voluntades.
El idioma se nos cae como viga atacada por la carcoma. Hablar de adarmes, azudes o arquitrabes no está en vigor; menear el bálago no se lleva y llamar a alguien panarra, sandio o mendaz nada significa. Con veinticuatro palabras y dos acepciones de semántica dudosa cualquiera puede salir del paso aunque de ello resulte conversación pobre como zaquizamí ruinoso.
No pretenderé aquí emular a Quevedo o compararme a Lope, pero trataré de respetar el idioma. Es nuestro mayor bagaje cultural.
Y con no poco adobo de gazmoñería empiezo con este cuentecillo para niños y mayores.
Marilia
Marilia era una mariposa menuda, chiquita, como un juguete diminuto, y tan delicada como los pétalos de una violeta.
Estalló a la vida una mañana de Mayo, encontrándose frente a frente con un sol envidioso que asomaba su rubia cabellera por el horizonte. Los ojos se le nublaron un instante ante aquel fogonazo inesperado, pero se rehizo enseguida y comenzó a revolotear, curiosa, por el mundo de luz y color que la envolvía.
- Ssssssshh- susurraba el viento, sin dejarse ver, cimbreando el grácil cuerpo de los juncos.
- Chop, chop- cloqueaban sobre la hierba las gotas de rocío, que lloraba una añosa encina.
Y el cercano arroyo reía y reía con risa de cristal, mientras calentaba al sol su vientre de destellos hechos agua.
Un prado le llamó con su mosaico de colores y voló hacia él, alocada. Mil flores se le ofrecían sumisas y lanzaban al aire los suspiros de su esencia, como si dijesen:
- ¡A mí, a mí!- Y Marilia enloquecía atendiendo a todas y a ninguna, libando aquí, posándose allí, viviendo el frenesí de los segundos.
- Zzzzzzz- pasó con zumbido pesado, un panzudo y negro moscardón. Pero ella no le hizo ningún caso.
- Zzzzzzz- repasó el moscardón con un guiño irreverente de sus ocelos. Pero Marilia volaba ya, embobada, tras el vientre verde de una libélula, cisne de los prados.
Y voló, voló y voló hasta un erial de piedras grises. Allí se encontró sola, sola como la nube de verano, en el inmenso azul, separada de sus hermanas de tormenta.
Escuchó el silencio espeso que la rodeaba, se asustó y volvió sobre sus vuelos a los prados verdes. Un rayo de luz reverberó en las escamas de sus alas.
Nuevas flores, nuevos ríos, insectos multicolores, la brisa cálida del mediodía... Y ella en medio de aquel paraíso. ¡Qué delicia!
Mientras, el sol guiaba, implacable, su carro hacia poniente: estaba citado con la luna y no quería retrasarse. Pero aún era pronto y Marilia tenía todo el tiempo de la tarde, tarde tibia, tarde de primavera, ancha tarde que caía en celajes por las laderas de la montaña hacia el hondón.
Y visitó el pueblecito de casas brunas con tejados rojos, de donde huyó perseguida por arrapiezos de pícaras intenciones, aunque antes descansó unos instantes, apoyada en el hocico de un enorme can de mirada rota que no la vio o, si llegó a verla, la ignoró con la indiferencia del sabio.
Miró las altísimas montañas que se alzaban más allá de todo lo imaginable y pensó:
- Otro día iré- sin saber qué cosa era otro día, ni si lo habría, ni si vería ella ese otro día aunque lo hubiera. Porque, ¡había tantas cosas que ignoraba en su estupenda pequeñez! Si hasta ignoraba quién era y qué hacía allí y a dónde iría cuando llegase la noche, aquella noche que no sabía que era noche, ni que llegaría, puntual, cuando se fuese el sol.
Ignorante, pero feliz... y ¡hermosa!
Y el sol seguía hacia poniente.
Voló a otros prados y a otras flores. Avistó una industriosa ciudad de abejas, donde todo era bullicio, diligencia y aplicación. Quiso ayudar, pero se vio envuelta en fragor de alas y meloso airón de tufaradas acres que la hicieron desistir de su empeño.
Se lo contó a una compañera de alas multicolores, sin querer reconocer que fue expulsada.
- No me echaron, no me echaron- repetía, y aseguraba que había dejado allí buenas amigas.
Su compañera sonreía y miraba lejos. Miraba más lejos y sonreía abrumada por un peso triste hasta que alzó el vuelo y se alejó con tonta complacencia.
Cuando quedó sola, Marilia se dio cuenta de que la luz moría como el pabilo de un candil cuando consume la última gota de aceite. Y empezó a hacerse noche rápida.
Al llegar las sombras, un frío intenso, como soledad dolorosa, envolvió su cuerpo menudo y frágil. Se sintió pesada, enorme, inmensa en su pequeñez. Y no pudo volar.
Un entomólogo, de perfil seco, que sabía decir palabras extrañas para explicar obscuros conceptos, la vio expirar entre las hierbas y se inclinó hacia ella.
- Eres hermosa- murmuró, tomándola en el cuenco de su mano- hermosa como el temblor de una estrella en la noche fría, hermosa como el pensamiento de un enamorado.
Lo dijo, para que muriese feliz, al saberse admirada.
Luego, la guardó con mimo en una cajita de cartón y se la llevó a casa.
Allí le buscó acomodo en la gran vitrina, junto a cientos y cientos de bellas mariposas dormidas.
Pero ella, Marilia, era la más bella.
8 comentarios:
Buena andadura en la Red.
Un abrazo y mis mejores deseos.
Bienvenido. Mis mejores deseos. Además,vienes muy bien apadrinado. Un abrazo.
Hago una reverencia ante vuecencia y espero nutrirme de su cuajado vocabulario.
Que bien que te has animado a adentrarte en el mundo blogueril, con la de cosas que seguro tienes por escribir.
Me gustó mucho el cuento con el que has dado comienzo esta aventura literaria.
Gracias a todos por vuestras palabras de ánimo.
¿Qué más se puede pedir?
SOY YO
Anda que.....esto es de lo poco que te faltaba por hacer, padre.....
Espero que te vaya bien por este mundillo.
P.D. Prometo ir leyendo lo que pongas con el diccionario en la mano....
Hola Milano! Bienvenido a este variado mundo de la blogosfera! Me ha encantado el relato de Marilia, es precioso. Seguiré visitándote para ver con que otras bellas historias nos deleitas...
Un saludo
Este relato creo que no lo conocia ;). Muy bonito para estrenar el blog. Bienvenido al mundo bloguero
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