domingo, 28 de agosto de 2011

Sucedió en agosto

Agosto, mes de holganza y gárrula complacencia en la dejadez, me ha sido provechoso en extremo y debo agradecerle enseñanzas y beneficiosos dictados al tiempo que el sosiego de un merecido descanso. Yo, al menos, lo considero merecido.


Antes de seguir adelante con mi exposición quiero advertir al lector pacato o impresionable para que abandone la lectura. A quien opte por seguir, allá él. En todo caso cuanto viene a continuación ha de ser asumido con espíritu liberal y hasta un si es no es jocoso, no tomando nunca por la tremenda las sentencias y leyendo entre líneas, pues lo contrario podría llevar a úlceras gástricas indeseadas o ácidos berrinches y congestiones coronarias. Tampoco pretendo abrir polémica, es sólo mi opinión personal y a quien no comulgue con ella puente de plata y adiós.


Comencé el mes cubriendo una falta de hospitalero en el Camino de Santiago, nada nuevo ni extraordinario si no fuera porque al término de mi suplencia tomé la decisión irrevocable de que, después de diecisiete años, esta era ni despedida como hospitalero.


No tengo madera de paciente Job y, aunque la tuviera, una cosa es atender, ayudar y entregarse a los peregrinos y otra muy distinta que fantoches, turistas, caraduras, aprovechados y otros individuos de este rahez quieran aprovecharse de mi buena fe y de los servicios puestos a disposición de quienes desean peregrinar.


Venía madurando la idea desde tiempo atrás, pero este agosto la gota de la vileza desbordó el vaso de la paciencia. Me explicaré.


Aprovechando la aglomeración natural en el momento de la apertura del albergue un individuo comedido, untuoso y farfullando una jerga ininteligible me presentó seis credenciales solicitando alojamiento. Después de tomar los datos y dirigirme con los supuestos peregrinos a la habitación me di cuenta de que este personaje estaba solo. “¿Y tus compañeros? ¿Y las mochilas?”, inquirí.


Enseguida comprendí que las mochilas llegarían más tarde en un vehículo de apoyo y los demás andarines estaban por ahí en complaciente solaz sin mucha prisa por entrar en Burgos dado que tenían quien les aderezara y asegurase alojamiento. Cuando empecé a recriminar a este individuo su falsía y deshonesto proceder me pidió que respetase su persona, midiendo mis palabras, más que nada por ser profesor religioso de un colegio católico de N*, además no veía nada reprobable en quitar la cama a honestos peregrinos, pues venían haciéndolo desde muy atrás y nunca le dijeron nada.


Me resisto a comentar más este hecho para evitar caer en las réprobas iras de una excomunión fulminante, pero saque cada cual sus conclusiones. La mía ha sido que si este es el espíritu imperante en el Camino, el Camino no es mi sitio.


Queda algún peregrino por esos mundos de Dios vagando en soledad y luchando contra toda esta inmoralidad, puestos los ojos en Compostela. Cuando un día me lo encuentre me volcaré en él y lo ayudaré en cuanto pueda, pero, hoy, ¡basta de hipocresías! El Camino no se merece toda esta escoria.


Claro que si sólo estuviese empecinado el Camino... Estaba preparando la maleta para cumplir con el sagrado ritual de las vacaciones playeras cuando se me vino encima la parafernalia brumosa y obcecada del JMJ 2011, movimiento de masas incomprensible, al menos para mí. Supongo que a la Iglesia le es necesario, como a cualquier otra entidad, reafirmar su posición en el mundo, pero la espectacularidad del evento me tiene atónito y perplejo.


Millón y medio de jóvenes aclamando a Benedicto XVI se contradice con el vértigo del vacío juvenil en la misa dominical de cualquiera de nuestras iglesias. ¿Histeria colectiva? ¿Manipulación de masas? ¿Milagrosa conversión masiva remedando aquellas de los primeros tiempos del cristianismo? Debo admitir que esos auto denominados “kikos” me producen escalofríos propios del más abyecto integrismo. Pero, volveré, mejor, a mis vacaciones.


Decía que estaba preparándome para el ineludible deber de salir hacia la playa. Curiosa actividad ésta a la que muy pocos se inclinan, pero todos terminan practicando con religiosa unción. Sólo los ingenuos infantes, no maleados todavía, y algún adulto con vocación de salamandra hallan placer en tan prosaica actividad, no obstante se dedican a ella con ahínco y, muy a pesar suyo, la mayoría de los adultos arrastrados por una maléfica atracción, no aclarada, pues preferirían cualquier otro destino antes que ese achicharradero, pues no otra cosa es el lugar que nos ocupa.


Estos sitios de veraneo acostumbran a ser localidades amorfas, amortajadas en siniestro anonimato, insulsas y carentes de todo aliciente que no sea la propia playa y el chiringuito de la cerveza fría y el tinto de verano helado.


El clima suele ser inhóspito. Un calor insoportable abotarga los sentidos y empapa el cuerpo con sudor continuo y molesto. Tratar de conciliar el sueño es excusado, aunque la verdadera tortura espera a la orilla del mar. El sol implacable abrasa pieles y embota el ánimo, la arena roza, el salitre escuece y las impertinencias de los deliciosos infantes te hacen añorar al mostrenco de Herodes. Estar cómodo es imposible, gozar de paz inimaginable, disfrutar una utopía.


Se puede pasear, orilla arriba, orilla abajo, esperando ver Adonis esculturales, bellezas del celuloide o famosillos tabernarios de programa televisivo. ¡Ilusión vana! Proliferan los culos caídos, los vientres flácidos, los pechos bamboleantes como badajos desacompasados, esperpénticos amasijos de carne jugando a formar cuerpos sin estética. Sólo de tarde en tarde se cruzará el paseante con la varonil figura de un cuerpo apolíneo, con un culo respingón o un adorable busto robado a la divina Venus.


El mejor momento es el del regreso al refugio que ofrecen las cuatro paredes del apartamento. Una ducha de agua fresca, el dulce sopor de la penumbra protectora, el solícito sillón y un vaso frío de naranjada sobre la mesa. ¡Placer de dioses! Ni el padre Zeus gozó tales delectaciones de manos del garzón de Ida.


¿Que he exagerado? ¡Pche! Alguien pensará que me he quedado corto, pero vaya por quien opine que debería haber descargado con más furia el zurriago de la intransigencia. Quizá ni debería haberme molestado en zaherir conciencias y dejar que cada uno siga su curso natural anegado en obscenidades y petulancias. Un día de estos lo haré.


Como dice Werther a su amada Carlota “cada vez estoy más convencido de lo estúpido que es querer juzgar a los demás”.


Y en eso estoy.





P.S. Se especula sobre la posibilidad de que se le retire al Camino de Santiago la declaración de Patrimonio de la Humanidad por las agresiones de que está siendo objeto y el abandono en que se encuentra en algunos lugares. Cuando hace ya más de tres lustros se estrelló contra el suelo la estatua de San Lorenzo, en la catedral de Burgos, se nos amenazó, también, con retirarle a nuestro primer monumento el reconocimiento patrimonial si no se atendía a su restauración y mantenimiento.


Estas fechas vacacionales me han llevado hasta una ciudad costera Patrimonio de la Humanidad, una de esas trece que tenemos en España. Comparando esta ciudad con mi Burgos, la he encontrado sucia, descuidada y el patrimonio monumental que le valió el reconocimiento en visible deterioro.


¿Aplicará Icomos, la Unesco o Perico los Palotes (a saber quien mangonea el cotarro) diferentes criterios según les dé la ventolera de favoritismos, grupos de presión o influencias de politiquillos blandiendo argumentos poco honestos?


Vaya usted a saber.