domingo, 27 de agosto de 2017

Esfínteres bajo presión



Se dio cuenta de que había actuado con inconsciencia absoluta, pero ya no tenía remedio. Desde por la mañana había bebido cafés y cervezas sin control, a sabiendas de que pronto tendría la vejiga a reventar. Luego, la comida había sido heterogénea por demás: pescado, carne, guisos, asados, mayonesas, salsas picantes, quesos, tiras bacalao sin desalar, pastelitos de merengue. A todo ello debía añadir la friura que había cogido la noche pasada por dormir en cueros vivos . Ahora las necesidades fisiológicas le apremiaban y debía cargar con las consecuencias. Lo mejor era apretar el paso y llegar a casa cuanto antes.Con los muslos apretados y aguantando cuanto podía tomó una calle de reputación dudosa. En situación normal no habría ido por allí, pero por premura quería tomar el camino más corto. En el portal inició una danza grotesca retorciendo mucho el cuerpo y haciendo visajes con la cara mientras esperaba el ascensor, parado en el último piso. Además aquel artilugio, a quien el diablo confunda, bajaba con una lentitud exasperante. En el descansillo del piso los llavines se le multiplicaron en las manos y la cerradura se obstinó en no admitir a ninguno. Abrió al fin, pero aún le quedaba un largo trecho hasta el cuarto de aseo que recorrió arrastrando los pies y retorciendo el cuerpo como si fuese de alambre, ¿Por qué los diseñadores de pisos ubicaban siempre aquella estancia en el punto más alejado? Mientras avanza hacia el inodoro fue bajándose los pantalones. En semejante apretura, ganar segundos podía marcar una gran diferencia. Por fin se sentó en el retrete y aflojó los esfínteres. El silbido de la orina, vaciando la vejiga,le pareció una melodía de chirimías y zanfoñas. Llegó, después, un retortijón alojado en algún lugar del intestino. Esperó que el dolor fuese bajando por el laberinto de las tripas. Aguantó los dolores, pero no pudo evitar torcer el gesto cuando notó escoceduras en unas inoportunas hemorroides, almorranas de tiempo de estreñimientos.
Por fin, con un esfuerzo, pudo vaciar el intestino. Un turbión negro y maloliente golpeó las paredes del inodoro. Notó salpicaduras, sin importancia, en los glúteos. Quiso disfrutar, pasada la urgencia, del alivio que le proporcionaba el nuevo estado. Durante un buen rato estuvo exhalando los olores de sus propios excrementos con expresión de beatitud.
En algún punto de la casa sonaron las campanadas solemnes de un carrillón. Agitó la cabeza para despejarse y se levantó.

Indigestión



Todo empezó con un empacho de resilencia brumosa.
Ansioso, la deglutió sin conocimiento. Abotagado el estómago, se le demudó el semblante y la mirada se le perdió por espacios obscenos.
Temiendo por su vida la familia dio aviso a los servicios de urgencia. El docto consejo de galenos determinó aplicarle dos enemas: uno por el esófago y otro por salva sea la parte, en espera de que alguno surtiese efecto.
Resultado de esta maniobra fue la evacuación turbulenta del aparato digestivo con abundancia de truenos y granizo.
Uno, dos, hasta tres baldes llenaron de una sustancia indescriptible.
Después una septicemia, no prevista por el equipo médico, se lo llevó a mejor vida, llamada así no sabe por qué porque nadie ha regresado con pruebas.
Como resultado colateral de estos vaivenes se desestabilizó la vírgula de la letra eñe, yendo a estrellarse contra una losa de granito en la entrada a la catedral.
Caño, leña, peñazo y otros tantos vocablos quedaron huérfanos de pronunciación y fueron al cielo del léxico con las demás palabras olvidadas u obsoletas que esperan su reencarnación.
Terribles consecuencias de un acto inconsciente.
Moraleja; si encuentras una resilencia brumosa, déjala seguir.