martes, 19 de junio de 2012

De jubilados y de crisis


He vuelto de unas cortas vacaciones. Ha sido una semana de relajación por los valles pirenaicos de Navarra, de la mano del Inserso, en un recorrido cultural por el románico y el gótico de la zona. Leyre, Irache, Iranzu, Eunate, Javier, Puente la Reina, Roncesvalles, Sangüesa…
Aceptables, los compañeros de viaje. Entre ellos está ese caballerete enterado que trata de poner orden en el viaje. Sabe, informa, desconcierta, inventa. Lo mejor no hacerle caso, él mismo se cansa de tanto intento vano de protagonismo y termina por diluirse en el grupo como uno más.
Eunate.
Está también la señora que no sabe dónde se ha metido y va de aquí para allá en la mayor de las confusiones. “¡Ay, hija!, llevamos ya cuatro días por aquí, pero entre tanta visita a monasterios e iglesias, aún no hemos visto nada”. Lo contaba a voz en grito por teléfono una tarde, en Javier, cuando me la topé en la agradable penumbra de una iglesia donde me había metido para huir del calor sofocante.
El resto del grupo, como digo, aceptable.
Lo peor de esta clase de eventos es la burla de que somos víctimas por parte del Inserso los jubilados que nos atrevemos a confiar en ellos. Si no hay dinero para todo háganse cinco viajes en vez diez o sortéense cien plazas y no doscientas, pero la atención y los servicios deben cuidarse más. Jubilado no es sinónimo de rebaño aborregado. Los jubilados y ancianos, tengo que decirlo porque si no reviento, muestran más cerebro que los inútiles que planifican estos viajes.
Puesto que hacíamos un recorrido cultural, también la gastronomía es cultura y Navarra no es parca en buena mesa, pero de esto los organizadores del Inserso deben entender más bien poco. Unas patatas desatendidas, acompañadas de un guiso de carne soso, fue uno de los platos menos aborrecibles.  
        Y si digo que un cuarto de tortilla española con dos croquetas de bacalao fue la mejor cena que hicimos, sobran más palabras. Aunque sí debo referirme al que fue el plato rey, largamente celebrado durante el resto del viaje: una paella de carne, anunciada a bombo y platillo por nuestra ínclita guía, que resultó ser, finalmente, una masa pastosa de arroz (arroz meloso lo llamó alguien) con tropezones de hígado. Algo incomible.
Rebaño de vacas pastando, en Burguete.
A las guías, muchachas con mejor voluntad que resultados, se las adivinaba becarias en prácticas. La que nos acompañó durante todo el viaje se defendió como gato panza arriba, comprometiéndose lo menos posible en cuanto decía, con lo que salió airosa las más de las veces, aunque ubicar a Julián Gayarre en el siglo XVI fue una ligereza temeraria y no contar ni una sola historia o anécdota refrescante, estando como estábamos en el corazón histórico de Navarra, una carencia absoluta de recursos.
La guía de Pamplona anduvo durante todo el itinerario por la ciudad, más preocupada en que no se le cayese el vestido sin tirantes, con que lucía los torneados hombros y el generoso escote, que en explicarnos la historia y el arte locales.
La de Roncesvalles parecía salida de un cuadro renacentista flamenco. Risueña, pecosilla, de ensortijado pelo pelirrojo y con un deje de picardía. Trató de mostrarnos el lado lúdico de los valles navarros lo mejor que pudo y supo, y nos guió por el museo del monasterio obviando cuanto pudo autores, fechas, referencias y contextos históricos. Se entretuvo en mostrarnos un cuadro del manierista Morales, una Virgen con Niño que, quizá por no ser mi estilo preferido, me pareció bueno pero sin exceso; sin embargo no logré sacarle ni una palabra de un Ecce Homo impresionante que, por su ubicación en el museo, mostraba ser pieza importante.
Y pues estamos en Roncesvalles diré que aquí empezó ya a presentársenos el lado oscuro de la peregrinación a Compostela. Autobuses a pie de monasterio esperando grupos de seudo peregrinos, con minúscula mochila o sin ella, pero portando todos con orgullo la vieira que, supongo, los acreditaba como esforzados peregrinos.
En un bar estaban refrescando el gaznate media docena de acicalados peregrinos, salidos de alguna revista de modas a juzgar por sus vestimentas y, en una mesa aparte, una oriental, delicada como una figura de porcelana, se la adivinaba peregrina por la vieira colgada al cuello y unas botas como gamellones en que había enfundado sus piececitos, pero el resto de la vestimenta parecía recién comprada en una boutique fashion.
Quizá por esto, por mostrarse tan bien acomodados, hacen patria los dueños de esos establecimientos clavando al peregrino y más si ese peregrino es extranjero. Dos cañas: 3,60 € para los nacionales; a quienes no hablan español o sólo lo chapurrean, un café con leche y una caña, 4,50 €. Visto por estos ojitos y oído por estas orejas que se han de comer la tierra.
Roncesvalles es la nostalgia del pasado con retazos de historia de dudosa credibilidad, y mucha leyenda y superstición. Queda poco de lo que fue este lugar, salvo el recuerdo y la añoranza. Aparte del museo del que ya he hablado es interesante la capilla que guarda el sepulcro de Sancho el Mayor y una muestra de las cadenas que fueron rotas por los navarros en la batalla de las Navas de Tolosa (este año conmemoramos el octavo centenario).
Las cadenas de las Navas de Tolosa.
Eso sí, recomiendo guarden las cadenas como oro en paño y no las dejen examinar por ningún entendido. Aprendan de lo sucedido en Burgos: dejaron fisgonear el Pendón de las Huelgas y ahora resulta que no tuvo nada que ver con la dichosa batalla, pues es cien años posterior a esas efemérides. A poco que se descuiden, a los navarricos les dirán que esas cadenas fueron forjadas por algún chiquilicuatre el pasado siglo.
Y al Inserso le pido que atienda adecuadamente a los jubilados que usan de sus servicios. Es bueno que haya perro en casa para culparle de los destrozos y en España crisis para disimular la ineficacia de las instituciones.